Entrevista a Lucía Ramón, teóloga feminista
«La emancipación de las mujeres es un reto para el cristianismo del siglo XXI»
Lucía Ramón es autora de «Queremos el pan y las rosas. Emancipación de las mujeres y cristianismo», publicado por EDICIONES HOAC. Es profesora de Teología Feminista en EFETA y de Ecumenismo en la Facultad de Teología de Valencia. Pertenece a Cristianismo y Justicia. La entrevista para Noticias Obreras, Loles Gambín
¿Cómo se gesta el libro «Queremos el pan y las rosas»?
En este libro confluyen varios hilos de mi trayectoria vital. En primer lugar, la preocupación por promover la justicia y desarrollar una reflexión teológica encarnada que ponga en diálogo el Evangelio con los retos de nuestra sociedad. En segundo lugar, la búsqueda de una espiritualidad de ojos abiertos que genere una experiencia profunda de Dios y que alimente la imaginación profética para que otro mundo sea posible. En tercer lugar, el compromiso con el movimiento feminista y su lucha contra el empobrecimiento y la explotación que sufren muchas mujeres. Por último, la experiencia ecuménica e interreligiosa, que me ha marcado profundamente.
El libro se estructura según la metodología del ver, juzgar y actuar. Parte de un hecho de vida, la violencia contra las mujeres en nuestra sociedad, y lo analiza desde una perspectiva interdisciplinar y cristiana como síntoma de una sociedad violenta en la que prevalecen las relaciones de dominación. Pero no se queda ahí. También propone alternativas para una transformación cultural, política, eclesial, personal y espiritual.
¿Qué significa ir más allá de «la justicia del pan» y promover la «justicia de las rosas» como apunta en el acertado título?
La «justicia del pan» tiene que ver con la redistribución de los bienes económicos y la igualdad de derechos sociales. Pero desde la teoría política feminista y desde el trabajo con mujeres que sufren dominación y exclusión social, hemos descubierto que la justicia también tiene otras dimensiones: el reconocimiento, la participación en la toma de decisiones que afectan a la propia vida, la autonomía y la creatividad, que son imprescindibles para una vida digna y plena. La «justicia de las rosas» alude también al cuidado y a la gratuidad, la abundancia del corazón y la posibilidad de gozar de las bellezas de la vida. Tenemos que trabajar por una justicia integral. Esta es la justicia mayor de la que habla Jesús en el Evangelio, cuando dice que ha venido a traernos vida abundante.
El prólogo está escrito por González Faus que como tú pertenece a «Cristianismo y Justicia». Tu obra ha sido publicada por Ediciones HOAC que está vinculada al mundo de los trabajadores. ¿Cómo ves en nuestro país la relación entre la teología, la concepción cristiana de la justicia y la lucha por la liberación de las mujeres del mundo obrero que son las que más sufren la precariedad laboral?
En España los avances en el ámbito de la teología de la liberación han sido muy notables. No obstante, en las teologías de la liberación mayoritarias todavía falta mucho para incorporar la perspectiva feminista. La cuestión de la desigualdad y la discriminación femenina sigue considerándose un asunto sectorial, menor, «cosa de mujeres», cuando en realidad constituimos más de la mitad de la población. También necesitamos elaborar una teología del trabajo desde la realidad de los varones y las mujeres trabajadoras que lo conecte con la ecología y la teología de la Creación. Por último hemos de abordar la redistribución del «cuidado» entre varones y mujeres, cómo vamos a construir una sociedad verdaderamente humana, que se ocupe de los más débiles cuando las mujeres nos hemos incorporado a un mercado laboral diseñado para varones que muchas veces tienen una mujer cuidadora en casa a plena dedicación.
Desgraciadamente, durante el año 2010 ha aumentado el número de mujeres muertas como consecuencia de la violencia doméstica ¿Qué es lo que sigue alimentando esa violencia?
En el origen de esta violencia hay un afán de control sobre la otra persona y un objetivo: mantener las relaciones de dominación. En el primer capítulo del libro abordo las raíces profundas de esta realidad. Durante siglos se ha considerado «natural» que existan relaciones de dominación por parte de los varones sobre las mujeres y se han legitimado con argumentos religiosos. También las mujeres pueden participar de esta concepción patriarcal y ayudar a mantenerla, o reproducir las relaciones de dominación con otros colectivos vulnerables. Necesitamos un profundo cambio de actitudes para promover nuevas relaciones de mutualidad y reciprocidad entre varones y mujeres y para aprender a resolver los conflictos de forma no violenta.
¿Cómo podríamos colaborar los cristianos y cristianas y las iglesias para prevenir y eliminar la violencia y dominación que sufren las mujeres?
Las religiones son un importante factor configurador de las relaciones sociales y sus aportaciones son muy importantes en este ámbito. Las iglesias deben seguir el ejemplo de Jesús y abandonar la actitud ambivalente e incluso misógina que la ha caracterizado secularmente. Tenemos que condenar explícitamente la violencia de género. Hemos de sumarnos a la movilización ciudadana que a nivel local e internacional lucha para superar la dominación de las mujeres. Hay países en los que las iglesias han actuado ejemplarmente. En el segundo capítulo del libro analizo diversas prácticas eclesiales que pueden servirnos de inspiración para nuestro quehacer en España. Tenemos que impulsar un cambio de cultura y esto tiene mucho que ver con el desarrollo espiritual. El cristianismo, cuando se practica con autenticidad, puede generar un crecimiento espiritual que potencie el compromiso efectivo para superar la violencia de género. En este sentido es necesario que crezca la inserción de cristianas en los movimientos feministas.
La perspectiva de la espiritualidad es central en todo el libro. ¿De qué espiritualidad se trata?
Una espiritualidad en la que la contemplación y el goce de vivir son inseparables de la compasión activa y el trabajo por la justicia. Una espiritualidad encarnada y de ojos abiertos que encuentra a Dios en el centro de la vida, en la lucha cotidiana por la dignidad de todos y todas, en la acción ecologista por la supervivencia de la Creación. Una espiritualidad sapiencial y profética, que se toma en serio el seguimiento de Jesús y lo traduce vitalmente en los nuevos contextos sociales. El compromiso para la emancipación de las mujeres que sufren dominación y exclusión debe estar en el centro de una espiritualidad evangélica. Como explico en el libro, en los evangelios la sanación integral de las mujeres es uno de los signos de la irrupción del reino de Dios: sin salud para las mujeres no hay salvación.
¿Por qué tiene tan mala prensa la Iglesia Católica dentro del Movimiento Feminista?
Por su tradición doctrinal de menosprecio de la mujer, por su incapacidad de afrontar los nuevos retos que plantea este movimiento. Igual que en el siglo XIX la Iglesia no supo entender al movimiento obrero, hoy día muchos sectores eclesiales son incapaces de comprender el movimiento feminista. La Iglesia católica a nivel institucional necesita urgentemente tomarse en serio las preguntas y las propuestas del movimiento feminista. Tiene que reconocer a las mujeres, tanto a las cristianas como a las agnósticas o ateas, como interlocutoras válidas y competentes. Hay un miedo eclesiástico visceral al feminismo, lo cual se refleja en una distorsión muy grande de los discursos y las reivindicaciones de los diversos feminismos, tanto los de raíz agnóstica como los de inspiración religiosa. Hay una enorme dificultad para respetar la autonomía moral de las mujeres y su capacidad de discernimiento. A menudo se sigue considerando a las mujeres como menores de edad. Pero afortunadamente la Iglesia es plural como lo demuestra el desarrollo de las teologías feministas y la existencia de miles de cristianas vinculadas al movimiento feminista.
¿En qué medida consideras que está avanzando el papel de la mujer en las Iglesias, especialmente en la Católica?
El avance es muy lento para los cambios sociales que se están produciendo. Las mujeres siguen desempeñando muchas tareas eclesiales sin reconocimiento oficial, no participan de las funciones magisteriales y de gobierno, y rara vez son consultadas. A pesar de ello, la enorme vitalidad de muchos grupos de mujeres cristianas y su acceso a la formación teológica irá dando sus frutos. Ya los está dando en algunos ámbitos. Los grandes cambios se gestan desde la perseverancia y la tenacidad. Un ejemplo es el movimiento ecuménico, que ha tardado cien años en dar sus frutos a nivel institucional. Para impulsar y reforzar el papel de las mujeres en la Iglesia es muy importante que siga creciendo el número de personas que estudian teología feminista. Desde esta convicción, permíteme Loles, que difunda el trabajo de EFETA como escuela de teología feminista a distancia e invite a entrar en nuestra web: www.efeta.org.
¿En qué medida serían diferentes los enfoques sobre moral sexual y temas como el de la utilización del preservativo en la iglesia católica si fueran mujeres feministas con una familia las que opinaran sobre ello?
Hoy es imprescindible el punto de vista moral de las mujeres para un discernimiento ético, político y espiritual de estas y otras cuestiones. Es necesario incorporar su experiencia, sus perspectivas y su capacidad de tomar decisiones desde los valores evangélicos y los dilemas y antagonismos éticos que se plantean. Esto nos ayudaría a elaborar comunitariamente una ética aplicada que tenga en cuenta la realidad de las mujeres y no parta de un doctrinarismo insensible a las situaciones personales y a contextos sociales peculiares.
¿Qué puede aportar el Cristianismo a la emancipación de las mujeres y al Movimiento Feminista?
Un profundo sentido de la justicia y de la dignidad de la mujer y el inmenso caudal de creatividad y energía ética y espiritual que proporciona una experiencia religiosa auténtica. En los cuatro últimos capítulos del libro abordo esta cuestión. Emma Goldman, obrera textil anarquista y pionera del feminismo, decía que la obtención del voto no era más que el principio, que la liberación de la mujer comienza en su propia alma. El cristianismo nos recuerda que las raíces de la verdadera libertad están en la libertad interior, en el saberse bendecida, en el amor a una misma que se traduce en la compasión por todo lo viviente. Hay una libertad íntima y radical que nace de la vivencia del Evangelio y que ha alimentado la lucha de muchas cristianas por sus derechos y libertades a lo largo de la historia y lo sigue haciendo hoy. Las mismas sufragistas que iniciaron el movimiento feminista contemporáneo fueron las que editaron la Biblia de las mujeres a finales del XIX. Este es uno de los muchos ejemplos que podríamos señalar.
Te defines en tu libro como ecofeminista, ¿cuál es la perspectiva que propone el ecofeminismo para la construcción de otro mundo posible?
El ecofeminismo nos muestra cómo se han establecido unas relaciones de dominación muy similares entre la opresión de las mujeres y de la Tierra y los intereses del varón blanco occidental y propietario. Unas relaciones basadas exclusivamente en la razón instrumental y en los valores de un capitalismo depredador, que se traduce tanto en la sobreexplotación del planeta como en la explotación de las mujeres. Profundizo en esta cuestión que me planteas en el capítulo 3. Debemos transformar nuestra autoconciencia, nuestros modos de relación y nuestras estructuras socioeconómicas si queremos sobrevivir. Somos interdependientes y nuestro afán de dominio y de enriquecimiento está destruyendo la trama de la vida. La crisis ecológica es otro signo de los tiempos que nos llama a una conversión radical, a un cambio de mentalidad y a una gran transformación cultural. Nadie puede permanecer ajeno a estas cuestiones, tampoco las iglesias y las comunidades cristianas.
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